Alabama y...
La Leyenda de la Fontana di Trevi
La llegada a Roma
A eso de medianoche aquel tren infestado de gente me arrojó en Termini. Sentí miedo al salir de la estación. Malas pintas por todas partes. Me había avisado aquella amiga de gafotas que hice en Pisa. La salida mala. Así que di media vuelta y encaré la salida contraria a través de la ahora vacía estación.
Una vez fuera, caminé a lo largo de la calle. No había mucho tráfico, ni el bullicio de gente del otro lado de la estación. La calle estaba bien iluminada, y yo me sentía segura. Poco más adelante, divisé un hotel.
La entrada era pequeña, y las luces de su cafetería estaban apagadas. Italia duerme temprano. El recepcionista espabiló la pampera al verme, y me encontró un hueco, aunque me dio la impresión que había habitaciones libres y que me vendió un favor que no necesitó hacerme.
Era joven, y de sonrisa bonita. Bonita, y fácil. Se esforzaba en iniciar una conversación. Y en ese punto perdió todo su atractivo. Pasaba de media noche, y yo cargaba con una maleta. Y sí, soy española, y sí, España es bonita, y comemos paella. El tipo no tenía ni idea. Sin embargo acepté su ayuda, no quería parecer desagradecida, y cargó la maleta hasta el ascensor.
Al poco rato, volví a recepción. La habitación estaba bien, no había ningún problema, pero no me había alcanzado el sueño, mi mente pensaba en aquella imagen que me había pintado la chica de Pisa con sus palabras.
No me podía quitar esas palabras de la cabeza. Si la chica tenía razón, la imagen sería un recuerdo imborrable, sería mi primer recuerdo cuando pensase en Roma. Y no era yo tan bohemia como ella. El caso es que era algo sencillo de hacer, y valía la pena vivir la experiencia.
Le puse caritas al chico de la sonrisa para que me vendiese un par de birras. Sin birras, no sería lo mismo.
Después de un poco de conversación irrelevante, al menos para mí, me marcó una dirección en el mapa de Roma que me regaló cuando pagué por la llave de una habitación. Supongo que el hotel lo regalará a todos los clientes, aunque volvió a venderlo como un favor especial.
Se esforzaba demasiado, y no me conocía de nada. Podría ser una sicópata, y sentía tantas ganas de estrangularlo como él de hacerme otras cosas.
Monumento de Victor Manuel II
No había dormido mucho, pero Roma me esperaba. Enfilé una calle, la misma calle que había tomado por la noche.
Al fondo podía ver algo colosal que había dejado a un lado de noche. Había hecho bien. A plena luz del día imponía su grandeza.
Me faltaban dos manzanas para llegar a la zona, sin embargo podía ya verlo. Era el Monumento de Victor Manuel II.
Un viaje a Italia de fin de estudios
Aquel viaje había empezado bien para Alabama. Una fiesta Erasmus en París. Amigos, música, y eso de España entera se va de borrachera. Pero no nos contará esa historia. No quiere.
Alabama había terminado la carrera, y se encontraba en un cruce de pensamientos que no era capaz de entender. Además no encontraba trabajo de ingeniera. Así que se piró de viaje por media Europa. Bueno, por París y Roma. Para aclarar ideas, y eso.
No era tiempo aún de escribir artículos, Ala no era reportera AQuemarropa, y no sabía muy bien lo que sería, le faltaba algo. Ese viaje que realizó una vez terminados sus estudios la marcó, y la convirtió en lo que es hoy. No cabe duda. Por eso se decidió por escribir este artículo.
En el siguiente artículo de Crónicas del Paraíso, Alabama nos cuenta sus experiencias en Roma, en especial en la Fontana de Trevi, donde aprendió una leyenda que le quedó grabada a fuego en el corazón.
La Leyenda de la Fontana di Trevi
Alabama encontró el amor en la Fontana di Trevi
Dibujo de Alabama y Luca en el borde de la Fontana di Trevi, en Roma.
Fotografía de la Iglesia Católica del Nombre de María, la Columna Traiana, toda a espaldas del Foro Traiano.
Fotografía del Monumento de Victor Manuel II.
Vista Completa del Monumento Victor Manuel en obras. Año 2008
Versión optimizada para móviles - Ver versión de escritorio -
Camino de los Foros Imperiales, siguiendo la Via Nazionale di Roma.
Fotografía de uno de los extremos del Monumento de Victor Manuel II en Roma
Fotografía de la Piazza de Venecia en Roma
Viaje en la noche a las entrañas de Roma
Me puse en marcha. Llevaba las birras en el bolso. La verdad es que el chico se había portado bien, y en esos primeros pasos sentí un pequeño remordimiento por haberme caído tan mal.
Había sido amable y atento, pero de un modo tan exagerado siéndole una completa desconocida, que me hizo sentirme una presa. No le di más vueltas. Caminaba por Roma.
La sensación fue rara. No quería pararme a mirar nada, y había mucho. Me decía a mí misma: No mires, no mires. Fue un poco tonto. Sin embargo quería que la ciudad me fuese nueva por la mañana y disfrutarla por primera vez a la luz del día. Verla con calma. Lo de esta noche era otra cosa.
Por otro lado no quería meterme en las tantas de la noche, aunque era tarde, bastante tarde para una chica sola. No entiendo por qué no le pedí un taxi al recepcionista del hotel. Era joven y confiada, e inexperta en la vida, y tonta de mí, la verdad es que le tenía más miedo al taxista.
Seguí la traza en el mapa, y después de media hora larga llegué a mi objetivo. Me crucé con tres personas, y una pareja de turistas sacándose fotos entre arrumacos.
Me giré, seguía sin querer ver el monumento, aunque era imposible no verlo con ese tamaño. Tendría tiempo de verlo de cerca mañana a plena luz. Me intenté ubicar siguiendo las palabras de Valentina, la entrañable gafotas que había conocido fotografiando la Torre de Pisa. Fácil, tenía que ser aquello. El Arco de Costantino estaba allí al lado. Me encaré hacia la derecha del arco, o hacia la izquierda, no lo recuerdo, subí hacia un alto y me acomodé en el campito inclinado que me había descrito mi amiga.
La noche era clara, y sí, tenía razón aquella chica. La luz de la luna, mi par de birras y el Coliseo dominándolo todo. ¡Qué sensación me llenó!
El Coliseo, Roma
Sin embargo antes de llegar a Victor Manuel, me giré, tal como había hecho la noche anterior. Bajé una cuesta pronunciada, que vino a ser la Via del Fornari, aunque yo recordaba del Formaggio (Queso) y siempre la llamaré así.
Y me dije a mi misma: He llegado. Delante el Foro Traiano, con una columna imponente. Había llegado, allí estaba la Roma antigua. Me gustaron los acabados de las dos Iglesias. Y después, encarando la Via Imperiali, lo veía, allá al fondo, imponiendo su presencia, El Coliseo a la luz del día.
El Monumento de Victor Manuel me impresionó, su color blanco y su tamaño, pero El Coliseo es una de las maravillas antiguas.

Llegada al hotel. Mañana visitaré Roma
Una nube blanca me transportó hasta la habitación del hotel.
Me acurruqué entre las sábanas. Podía sentir una sonrisa tonta marcada en mi boca. El día había acabado más tarde de lo que había planificado, pero con una imagen de postal. Un día largo, cargado de emociones.
El tren y el ajetreo del viaje me habían dejado sin fuerzas. La chica de Pisa hizo que me saliese del plan. Una vez más el viaje no había salido como lo había calculado. Es una de las cosas bonitas de viajar.
Me había pasado lo mismo en Francia, y seguía marcando guías y trazando mapas, creo que más por la emoción, el ansia del viaje. Imposible pensar en otra cosa. Y mis planes eran sosos. No cabía duda. Ver esto y aquello y lo otro. Puro ajetreo.
Y entonces se me ocurrió. Superé la pereza y salté de la cama. Cogí la guía y el mapa, y los lancé por el aire. Me gustó verlos allí, asomar en la papelera.
En esos pensamientos me dormí. Como cinco horas, no mucho más, hasta que la luz solar se coló por las rendijas de las contraventanas.
Me gustó la sensación de despertarme con el amanecer, aunque recuerdo que en algún momento de mi estancia en Italia pensé en qué coño les pasaba, que no ponían persianas.
Aquella mañana, la emoción de visitar Roma superaba el sueño por haber trasnochado frente al Coliseo.

Dibujo de Alabama cansada después de un día pululando por Roma
A las puertas de la Roma antigua
Aquella mañana había dormido poco y necesitaba un café. Lo tomé tranquila en una cafetería cercana a la Piazza della Repubblica, y estaba lista. Roma me esperaba.
La verdad es que no había podido evitar ver algo por la noche, y por ello sabía llegar a la zona que había pensado.
Me gustó no tener que abrigarme, ya que el día era claro y soleado, de muy buena temperatura para encontrarme en la Semana Santa.
Roma a la luz del día
Y dediqué el día a ver monumentos, foros, anfiteatros y un montón de iglesias. Había visto demasiado y ahora tenía una maraña de monumentos mezclados en mi cabezota.
Doblé una esquina que parecía no llevar a ningún lado, y me encontré en otra plaza de la leche, dominada en su centro, por un obelisco egipcio. Una de tantas.
Llegó un momento en el que vi tanto en cada paso, que me pareció normal. Sin duda, Roma es la ciudad con más historia en sus entrañas que haya visto, y no creo que ninguna otra en el mundo pueda superarla.
Aquel día caminé viendo la ciudad hasta que me dolieron las piernas. De vuelta hacia el hotel, me encontré con una plaza bastante grande.
Hice una foto para un grupo de chicas, que me dijeron que se llamaba la Basilica di Santa Maria Maggiore y que tenía una segunda fachada por el otro extremo que daba a otra plaza también coronada por un obelisco.
Me invitaron a verla con ellas, y la verdad es que me apetecía un poco de charla, llevaba todo el día viendo Roma en solitario. Me dijeron muchas cosas, entre ellas la de tomar un café.
Un café en una terraza
Tomé ese café de chicas en una terraza desde la que se veía la plaza y la basílica. Muy bonito todo. Sobre todo lo de la fiesta de la que hablaban
Las habían invitado a una fiesta en una discoteca al otro lado del río. Unos españoles de Erasmus, muy guapos dijeron, que habían conocido el día anterior en una cervecería. Les pregunté por la fiesta, y solté un qué ganas de salir por Roma, pero ni caso, no me invitaron a acompañarlas, así que me volví sola para el hotel.
Tampoco me importaba tanto, me dolían las piernas. Les había caído bien, habíamos pasado dos horas de risas. Pero ¿por qué no me invitaron? Mucho danos tu número, cuando quieras vente a Castellón. Claro que tenía el número de dos de ellas, podía llamarlas. Pero no me invitaron, igual no querían que fuese. Si lo hubiesen querido, me hubiesen invitado.
Y en eso llegué al hotel.
El plan era ducharme y bajar a cenar. Empecé por ducharme, y acabé media hora dentro de la bañera.
El día anterior había tirado mi plan trazado en guías y mapas a la papelera para ver Roma de otra manera, y había visto Roma de la misma manera. Muchos monumentos, pero si no los podía asociar a algo especial, eran sólo un puñado de bonitas imágenes que se desvanecerían con una leve brisa.
Lo mejor había sido el Coliseo de noche y la basílica con las niñas. No por ser mejores que otros, sino porque en uno me sentí absorbida por la enormidad del Coliseo, y un poco colocada por las cervezas, y la basílica porque había pasado dos horas de risas enfrente a un monumento bonito.
También la bajada a la Roma antigua, el sentimiento de he llegado cuando bajé a la Piazza de Venezia y vi las dos iglesias, la columna y el Foro Traiano. Después de todo había sido un buen día.
Y no me atreví a llamarlas para salir esa noche.
Salí del baño y me tiré en la cama. Mañana no vería Roma de un modo tan ajetreado. Me concentraría en disfrutar el momento. Podía llevar un café de esos americanos a la Roma clásica. ¿Habría algún Starbucks?
Pensándolo bien era un poco sacrilegio, con el buen latte macchiato que me había servido la Bell’Italia.

Piazza Navona, Roma
Y de repente caí en una plaza. Se llamaba Piazza Navona y estaba en obras. En el centro un obelisco egipcio. Me encantaron los jerogríficos. Me hubiese gustado saber qué ponían, pero en el 2008 una no llevaba internet en el bolsillo.
La Basílica Emilia, Roma
Después de ver el Coliseo, me dejé ir detrás de un grupo de turistas que seguían a una guía. Me sorpendió encontrarme con otra iglesia en pleno foro. Destacaba la cúpula. Era la Basilica Emilia, me chivaron, pero como entre dientes. Igual albergaba algún misterio, sólo que ya había entrado en demasiadas iglesias aquella mañana.
Divagaciones sobre Roma
Y al final entré en una nueva basílica. Más por un poco de conversación con las chicas que por verla. Me gustaba la torre, curiosamente porque rompía la armonía del resto del edificio.
Me hubiese gustado sacar una foto desde allí arriba. Ahora le hecho más morro a la vida que por aquel entonces. Una va aprendiendo.
Además uso eso de una foto para un reportaje AQuemarropa. Luego de ver la basílica, tomamos un café en una terraza.
Y entonces llegué a La Fontana di Trevi
Fotografía de la escultura central de la Fontana di Trevi. El Neptuno de Pietro Bracci
Amor en La Fontana di Trevi
La mañana siguiente me desperté tarde. Empleé las horas previas a la comida para hacer unas compras. Unos complementos y unos trapitos para sentirme mona.
La comida fue pesce con frutti di mare. Sí, me cuidé. Después tomé un café con hielo mientras hacía una pequeña sobremesa. Leía el periódico, la Corriere della Sera, supongo, ya que es el único periódico italiano que recuerdo del viaje.
Entendí bastante, para las cuatro palabras que chapurreaba de italiano. Tampoco hubiese apostado a que allí escrito ponía lo que entendí.
Me sentía con fuerzas. El camarero me indicó la dirtección que debía tomar, y dirigí mi paseo a la Fontana de Trevi.
Ingenua yo, pensaba que tendría la fuente para mí sola. Aquello estaba abarrotado. Bueno, no importaba, no había pensado darme un baño, ni nada parecido.
Después de esperar un rato saboreando un helado de fresa y nata, conseguí un hueco en el borde de la Fontana. Y tiré la moneda hacia atrás para volver a Roma. No porque me lo creyese, pero el dinero recaudado lo destinan a obras benéficas.
La Fontana era bonita, el ruido de la gente una mierda. Era un hervidero de voces. Allí sentada, sí me hubiese gustado la fuente para mí, o al menos un poco de soledad.
Mil parejas de enamorados. Turistas, fotos. ¿No podían desaparecer?
Me pasé el pelo hacia delante, sobre mi hombro derecho. Seguía sentada. Me agarré fuerte al borde de la fuente, y me eché hacia atrás, para acercarme al agua y sentir su sonido. Estaba a un palmo del agua, y podía sentir como se mojaban los pelos que se escapaban de mi hombro. Así pude aislarme del ambiente de turistas y llenarme de la historia de la fuente.
- Dicen que si te caes, te absorbe la fuente hacia su interior.
¿Eh? Me erguí. De golpe. Por su reacción, debió de pensar que me había asustado, y fue más una sorpresa. El chico italiano de mi lado me hablaba.
No había reparado en él antes. Y no lo entiendo. Debí haberme fijado. El caso es que tanto intentar grabar sentimientos a imágenes, me había apartado un poco de la realidad. Vamos, me gustaba el rollo ese, pero me había pasado de cuerda.
- Dentro hay cientos de amantes despechados, mitades de corazones rotos. Te absorberá hacia el interior de la tierra. Lo dice la leyenda. Pero tú misma.
Eso dijo. O eso intuí que decía. Tuve que decirle que más despacio, que no era italiana. Eso rompió un poco la magia del momento. Qué se le iba a hacer.
- ¿Sí? No lo sabía.
No tardó en presentarse. Entonces se rio. Luca tenía esas cosas.
-Voy a ser sincero contigo. Es mentira. Lo de la fuente. Se me ocurrió porque me estabas dando una sensación de “se va a caer a la fuente” que no podía soportarla. De todos modos La Fontana sí tiene una leyenda.
Me quedé mirándolo sin saber qué decir.
- Siento haberte interrumpido, me cuesta estar callado.
Y se levantó. Entonces me di cuenta. Él se iba y el ruido de la gente volvía. Me había quedado atrapada mientras me hablaba, y era como si sólo estuviese él.
- Espera. No puedes irte sin contarme la leyenda.
- Quizás otro día. Hay mucho ruido aquí. No me apetece. No aquí.
Lo seguí. Quería la leyenda. Y volver a ver su sonrisa de niño. Agarré su brazo.

Neptuno di Pietro Bracci
Pietro Bracci esculpió el Neptuno de la fuente.
Unos caballos de mar portan la concha donde viaja Neptuno a través de las aguas. Las dos estatuas al lado del Neptuno representan la Salubridad y la Fertilidad.
La Bell'Italia
Visité la Fontana un día por semana, y sin embargo estaba llena de gente.
Me gustó de los romanos que siempre guardan un par de horas para tomar un aperitivo, dar un paseo o simplemente sentarse a admirar sus monumentos mientras saborean un helado después de la jornada de trabajo.
Me gustaría saber si en el resto de Italia las calles de compras o las calles de tomar unas cañas se llenan de igual modo que en Roma al final de la jornada diaria.
Italia puede ser un país magnífico para viajar sin rumbo.
Un helado en La Fontana
Había llegado a un sitio que quería ver despacio. Lo primero sería pillar un helado para ver la Fontana di Trevi. Seguía en mi búsqueda de recuerdos, añadir valor a las imágenes recordando lo que había hecho.
En fin, cosas mías. Seguro que había una heladería cerca, los italianos saben hubicar sus negocios. Ya con mi helado me coloqué apoyada en la muralla un poco a la izquiera. Neptuno parecía mirarme a mí. Un poco enfadado. Permanecí admirando la fuente el rato que me duró el helado.
Después fui acercándome como quien no quiere la cosa, mi idea era sentarme y el borde de la fuente estaba atestado de gente. No esperé mucho, una pareja decidió pasear su amor por otro lado.
Alabama y Luca en la Fonta di Trevi
Caricatura de la reportera Alabama AQ en su viaje a Roma
Un cappuccino con canela en Roma
El cappuccino llevaba canela espolvoreada sobre la espuma. Me lo había recomendado Luca. Lo revolví y desbordé la espuma. Qué tonta, estaba despistada, Luca seguía hablando.
Me contaba su aventura musical en un grupo underground que se había currado una maqueta. Rock progresivo con toques de Pink Floyd y de un grupo italiano con un álbum llamado Darwin. Pero más moderno que Pink Floyd, recalcó. Por aquel entonces yo no sabía quiénes eran Pink Floyd, y aquello que contaba sonaba bien.
El grupo daba conciertos. Tres, cuatro veces al mes. A veces Luca se lanzaba y no lo entendía bien. Trabajaba y vivía en su apartamento alquilado. Los italianos hablan mucho.
Entonces me invitó a ver su apartamento y enseñarme esa maqueta. Buen intento, pero quietecito, no iba a ir a su casa. En lugar de responder, saqué el tema de la leyenda de La Fontana.
-Ah, nada. Dice la leyenda que has de tirar tres monedas. Una para volver, otra para enamorarte y la tercera para casarte.
-Tiré una.
-Entonces te falta una segunda.
Qué cosas decía Luca.
Tres monedas. Me había esperado una leyenda más épica que aquello que ya sabía, pero Luca seguía hablando. No le conté que conocía esa leyenda. No sé por qué.
Cuando salimos a la calle, me quedé un momento quieta. Luca quería ir a la derecha, y mi hotel estaba a la izquierda. Así que tiró de mi mano para llevarme a la derecha. Me dejé arrastrar.
Permanecía a su altura y caminaba al mismo paso, y sin embargo no soltaba mi mano. Cuando anduvimos media manzana, intentó cruzar los dedos con los míos. No me resistí.
Un cambio en mi vida
Cambié mucho en los últimos años. Ese viaje no es que fuese un punto de inflexión en mi vida, pero sí tocó algo dentro de mí.
Me hizo pensar en mí misma, concentrarme en mis pensamientos y descubrir cómo quería ser.
Me gustaban mis mofletes de hace unos años. Me gusta mi cara cuando estoy un poco rellenita. Sin embargo, me gusto más en general cuando estoy delgada.
Durante mi viaje a Roma estaba unos kilos por encima de mi peso. Esos mofletillos que me salían al sonreír...
Tenía un novio en la universidad al que le encantaba agarrármelos. Se ponía un poco tonto.
Y me gustaba esa tontería.
Aperitivo en Piazza Nabona y el cóctel en Campo de' Fiori
Llegó la hora del aperitivo. Brindamos por Roma con una copa de vino. El aperitivo eran espaguetis a la boloñesa muy prensados, de modo que al principio me pareció lasaña, y picatostes para mojar en una salsa de queso. Con los segundos vinos no fueron tan originales y nos pusieron Doritos y una salsa picante que derretía la lengua.
El tercer vino lo tomamos por la zona de Piazza Navona.
Y una copa nos llevó a otra. A la una de la mañana estábamos en Campo de' Fiori tomando un cóctel en una terraza. Las copas me habían subido y reía mientras cuchicheaba con Luca sobre un Rooney que andaba por allí. Era inglés porque se parecía a Rooney, eso dijo Luca.
Tuvo que explicarme quién era Rooney y que se parecían mucho. El caso es que pagaba copas a dos italianas que se miraban con cara de incredulidad cuando el chico reía sus propios chistes. Un pobre borracho, al que estaban sableando por una promesa. Le habían prometido nada, y es lo que conseguiría. Lo sabía yo, lo sabían las dos chicas. Me dio pena.
No, la verdad es que me reía con Luca. Lo cabronas que son algunas.
No tardamos en aburrirnos de Rooney. Saqué mi cámara y fotografié a Luca. Unas tres veces, hasta que conseguí una foto que nos gustó a los dos. Luego nos sacamos una juntos. Llegó un momento en que el sitio en el que habíamos permanecido las dos últimas horas ya no daba para más, y no pude reprimir un bostezo.
-Adivina a dónde te voy a llevar.
Me pareció obvio, pero no quise adivinarlo. Pedimos la cuenta y me volvió a pillar la mano. Cuando cruzó mis dedos, le di un apretón. Fue una buena caminata.
Me contó un montón de cosas sobre los monumentos que dejábamos atrás. Y en eso llegamos. Como de repente. Por la tarde me pasó lo mismo. Sabía que La Fontana di Trevi andaba por allí y caí en ese cruce de las tres calles.
La Fontana permanecía iluminada por las noches. Dejé que mi cabeza se apoyase sobre el hombro de Luca cuando nos sentamos en la grada. No éramos la única pareja. Había otras. Todas besándose.
-Están todos besándose -dije.
Entonces Luca me pasó el brazo por los hombros y clavó sus ojos en los míos. Su cabeza empezó a acercarse. Cerré los ojos. Centésimas de segundo que duran días. Rozó sus labios con los míos, y escapó unos centímetros, para volver a acercarse y volver a rozarme. A la tercera vez apretó sus labios, y yo agarré su espalda y no lo dejé escapar.



La Fontana di Trevi por la noche
Luca tiró de mi mano y bajamos de las gradas al borde de la fuente. Pasé mis piernas por encima de las suyas y seguimos besándonos.
Noté como la fuente me salpicaba agua, pero seguí concentrada en nuestros besos. La fuente no podía haberme salpicado en la cabeza.
Me separé un momento y abrí los ojos. Había comenzado a llover de modo muy débil. Me sorprendió y Luca me acarició la mejilla como si le gustase mi sonrisa.
La lluvia añadía una sensación más a los besos en la Fontana di Trevi.
Fotografía de un puente romano que lleva al Castillo de San Angelo en Roma
El Castillo de San Angelo
Roma tiene tanto que ver que es una mala idea querer verlo todo.
El Castillo de San Angelo lo encontré sin querer. Vi un puente y un montón de gente caminando por la zona. Y me acerqué a curiosear.
No llegué a entrar dentro del castillo porque era bastante tarde y llevaba horas viendo monumentos.


Un duro despertar
Y me fui desperezando, emitiendo soniditos sexys desde mi lado de la cama. Habíamos dormido juntos, y ahora pensaba en un beso de buenos días. Palpé la cama a mi espalda, y nada. Nada. Entonces me giré. Luca no estaba en la cama.
Mis ojos se fueron acomodando a la luz del amanecer que se colaba por las rendijas de las contraventanas. Su ropa no estaba. Se había ido. Busqué una nota. Algo.
Entonces mi cabeza lo entendió, y me sobresalté. Me arrastré hacia mi cartera. Pero no, no me había robado.
Al menos no algo material.
Pasé como una hora sentada en el borde de la cama, mirando una zapatilla Converse. Había caído de lado con las prisas de la noche.
Y Luca me había dado sus historias, una conversación interesante, su cara de niño, las arruguitas de su sonrisa. Yo me había pasado la tarde mirando absorta sus movimientos llenos de estilo. Me había limitado a comprender lo que Luca decía en italiano. Como una niña pequeña aprendiendo a hablar. Así de inocente. No le había contado historias interesantes, no sabía nada de mí. Igual le había gustado, no más que para una noche. Era una chiquilla, sin conversación fuera de mi ambiente universitario.
En todo eso pensaba.
Esa mañana mirando una zapatilla perdí mi inocencia.
Estaba furiosa porque no se había despedido. Pero si lo hubiese hecho, estaría furiosa porque se marchaba. Una tarde, una noche, y lo había hecho mío. En mi imaginación.
Aprendí mucho esa mañana de lágrimas. No acerca de los chicos. Aprendí sobre mí, y sobre cómo quería ser.
Llegó la hora de comer, y seguía acurrucada, abrazada a la almohada. Pero no podía ser. Me levanté y tiré de mi alma hacia la ducha. Acabé en agua fría. Para sentirme viva. Me preparé unos sandwiches en la habitación del hotel, y pillé mi bolso.
Salí sin rumbo fijo.
Recuerdos de Italia
Semanas después, en el calor de mi habitación española, apareció con el salvapantallas de mi ordenata aquella foto que me hice con Luca cuando estábamos de cócteles. Moví el ratón para quitarme la foto de delante y recuperar la página web que veía. Y me quedé absorta, mirando como saltaba un muñeco en un banner de no sé qué refresco.
Me espabiló el teléfono.
La conversación con mi amigo sería rápida, no me apetecía estar colgada al teléfono. Cerré la página web mientras me pedía tomar unas cañas.
No, no acepté la propuesta porque ese amigo había sido mi ex. Más de lo mismo, y la mañana contemplando una zapatilla en Roma me había cambiado. Salí a la calle con un puñado de ideas.
Un kiosco, una Rollingstone. Un concierto. Manu Chao, hoy. Quería escribir y no sabía sobre qué. Leí los artículos de la revista mientras esperaba por Manu Chao. Y aprendí cosas. Y escribí mi primera crítica de un concierto. Fallida, un papel en la papelera.
Entonces vinieron muchas lecturas de aprendizaje. Mi primer papel en blanco. Hemingway, y la punta del iceberg. Y una idea: la base para escribir son las experiencias vividas. Y lo conseguí: un relato corto mío, uno terminado por fin.
Todo ocurre rápido, el mundo gira. Y aquel beso en la Fontana di Trevi se lo llevó el viento. Y sin embargo fue eterno. El cambio en mi interior.
Fin.

La escritura y AQuemarropa
Siempre me gustó leer, y alguna vez pensé en escribir. Y esos folios acabaron en la misma papelera. Escribir un libro es muy difícil.
Se me ocurrió que podía escribir sobre algo que hiciese y vi un cartel para un concierto de Manu Chao. Me encanta como me hace saltar en los conciertos. Acabo baldada de tanto bailar.
Así que primero me pillé una Rolling Stone. Para ver alguna crónica de un concierto mientras esperaba a que empezase.
Quería aprender un poco del estilo literario que usaban los reporteros de la Rolling. Y escribí la crónica del concierto. Lo que pasa es que no sabía qué hacer con ella.
La publiqué en un blog, y de vez en cuando escribía alguna cosa. Hasta que conocí un chico que tenía una idea: AQuemarropa.
Y aquí estoy.
© AQuemarropa.es. 2013-2015. Todos los derechos reservados.
Sección de reportajes sobre viajes y fotografía
AQuí Ya Estuve... Pero Lo Vi Con Otros Ojos
• El BlackOut de Klaus Meine
El cantante volvió con cuerdas de acero
• La importancia de Maradona
Nos acercamos a la figura icónica de El Diego
• High Hopes, el disco de Springsteen
Un recorrido por el disco canción a canción
• Jailhouse Rock, la mejor peli de Elvis
Elvis Presley en el Rock de la Cárcel
• Hemingway, hoy mañana y siempre
Hemingway y el cambio de las tendencias actuales de lectura.
• Like a Virgin en Reservoir Dogs
La visión de Tarantino de la canción de Madonna
No te Pierdas...
¿Te ha gustado el artículo? ¿Te ha parecido surrealista, incompleto...? ¿Quieres compartir tu opinión sobre este tema o iniciar un debate? ¿Conoces alguna anécdota muy a quemarropa? Déjanos un comentario, nos ayudarás a mejorar.
Comentarios